Ana Franck escribió y luego reescribió su diario, pero la reescritura fue interrumpida por la deportación y la muerte en un campo nazi. Cotejando ambas versiones, el autor demuestra la evolución del discurso de Ana sobre sí misma, en pleno tránsito pubertario, y analiza el papel que juega el diario en la vivencia del cambio. El diario es presentado como continente, lugar de un trabajo (de memoria y de renuncia) pero también como lugar de encarnación de un testigo.