Luego de una guerra de aproximadamente 17 años en el sureste de Africa del sur, Mozambique, con quince millones de habitantes, acabó con un millon de víctimas civiles y con más de un tercio de su población desplazada.
A la locura de la guerra se agrega aquella de los niños y adolescentes reclutados para servir o luchar. Enrolados por millares, ya sea voluntariamente o forzados ; ellos han conocido la separación, el hambre, las drogas ; han sido castigados o han combatido bajo amenaza de muerte ; han sufrido maltratos o lo hicieron sufrir a otros. La mayoría de ellos fueron enrolados desde la infancia, han sufrido la guerra hasta su adolescencia y, en algunos casos, hasta su adultez.
Los componentes psíquicos de estas personas implican modos de comprensión complejos. De un lado, los de orden general y psicodinámico nos remiten a la clínica de niños víctimas y a la de autores de violencias extremas ; de otro lado, los más específicos nos remiten a particularidades locales, es decir a la dimensión étno-psiquiátrica.
Estas situaciones provocan ataques contra la cultura y contra el pacto fundamental que crea la alianza de los seres humanos entre sí, lo cual constituye un prejudicio para el porvenir.