La música resulta ejemplar de una « estética guiada por el punto de vista económico »; es el arte de las variaciones de tensión (disonancias/consonancias), cuyas figuras son desarrollo y transformación del « rudimento de afecto ».
Va despejándose así una economía musical, que reaparece en la pintura y sobre todo en la práctica clínica, donde será puesta en relieve por la escucha-ópera (escucha que consiste en disociar las palabras y la música de la voz del paciente).
En toda transferencia y contra-transferencia se entretejen lo estético y lo económico : la empatía (arte de emocionarse) entra en resonancia con el pathos (arte de emocionar); al desintrincar lo económico y lo estético el analista se ve confrontado a la « perversión pseudo-científica » o a la « perversión estética » que niega el afecto y el objeto en aras del « bello caso » o, aún más, de la bella Escritura.
Esta estética de lo energético -¿romántica?- traduce cabalmente el acceso pubertario. ¿Sería acaso lo económico obra que resurge de Freud como adolescente romántico?