Cabe distinguir cuidadosamente las nociones metapsicológicas de « pulsión » e « instinto », tal como lo hace Freud en alemán al utilizar los vocablos instinkt y trieb de manera plenamente diferenciada. En el ámbito del psicoanálisis, ha perdurado la confusión entre ambos términos desde que Strachey los tradujo sincréticamente al inglés como instinct. Instinto y pulsión se oponen en el caso del ser humano: el carácter innato y adaptado del primero contrasta con el carácter adquirido (precozmente), polimorfo y anárquico de la segunda. La búsqueda del apaciguamiento (instinto) se opone a la búsqueda de la excitación (pulsión).
El ser humano presenta por instinto comportamientos de autoconservación; la teoría del apego [attachement] ha mostrado su alcance, su precocidad (habilidades) y su carácter intersubjetivo. Por el contrario, en el ámbito sexual, el instinto sólo aparece una vez llegada la prepubertad o la pubertad. Durante el « silencio » del instinto sexual, entre el nacimiento y la pubertad, surge y se desarrolla la pulsión sexual, apuntalada por el instinto de autoconservación, mediante el proceso de seducción generalizada.
Durante la pubertad, el instinto sexual tiene que negociar cierto equilibrio con la pulsión infantil, que ha « acaparado » todo el lugar.
El psicoanálisis tiene precisamente por objeto la pulsión sexual infantil reprimida en el inconsciente.