La adolescencia constituye una temporalidad específica que trastoca el desarrollo ontogenético del ser. En ese sentido, representa una catástrofe morfogenética que requiere ser asimilada por el sujeto. Como etapa estructuralmente fundamental en el plano psíquico, esta catástrofe toma en cuenta las experiencias y los puntos de ruptura anteriores. No obstante, sufrimiento no rima sistemáticamente con ruptura o crisis, aun cuando se le atribuye generalmente un carácter mortífero. El encuentro previo y precoz con lo sexual en el marco de un atentado sexual ocurrido durante el periodo de latencia modifica el desarrollo clásico del equilibrio psíquico. Desde un punto de vista social, esta experiencia vivida inicial abre paso a una percepción específica de naturaleza catastrófica e inscribe casi siempre la vivencia dentro de una visión destructora, modificando así el conjunto de elementos que constituyen la estabilidad psíquica del sujeto. Sin embargo, la apropiación de esa experiencia de lo sexual como experiencia de vida no ha de ser concebida como un obstáculo ni como un proceso de involución de la evolución psíquica, sino como una etapa que necesita ser tomada en cuenta en el desarrollo sucesivo de las catástrofes inscritas en la ontogénesis humana. De ahí que esta etapa connote de manera tan específica la fase de la adolescencia, la cual constituye un tiempo singular en la revelación del atentado sexual. Dicha revelación se convertiría entonces en un momento de personalización por el sujeto de aquello que representa para él una catástrofe íntima